En 1927, las páginas del diario La
Mañana de Paraná informaban los horarios de los vapores a Santa
Fe, los resultados de las carreras de caballos a página completa y
la cartelera de los cines Ítalo Argentino, Urquiza, con su
programación de dibujos animados, y Palace 9 de Julio, que en
octubre presentaba El hijo del Sheik, en ocho actos, con
Rodolfo Valentino. Todavía no había llegado ninguna copia de The
jazz singer, la primera película sonora, que ese mes se había
estrenado en Nueva York.
El jueves 27 de octubre, La Mañana
se imprimió en los talleres de San Martín 268 (teléfono 384)
con una noticia impactante en primera plana. Un telegrama fechado el
día anterior en Buenos Aires llevaba por título “Naufragio del
Principessa Mafalda” y daba detalles de la tragedia ocurrida el martes 25 cerca de las costas del sur de Brasil, cuando hombres,
mujeres y niños –por entonces en cantidades controvertidas–
terminaron en el fondo del océano Atlántico un viaje que prometía
ser de lujo. El buque había partido el martes 11 del puerto de
Génova, con cientos de europeos a bordo que se proponían alimentar
el aluvión inmigratorio de aquella época en Argentina.
El matutino decía que el barco había
costado 7 millones de liras y que ya estaba decidido que ése sería
su último viaje. “La causa de la catástrofe no se debe como en
principio se creía a la niebla, sino a la rotura de un soporte de
hélice que provocó la explosión de la caldera. El agua penetró con
un ruido espantoso”, leyeron los paranaenses. También que eso
sucedió exactamente a las 19.15 –luego se sabría que fue a las
17– y que el buque tardó cuatro horas en hundirse, hasta perderse
a 120 pies de profundidad.
Esa primera noticia decía que se
habían salvado 1.520 pasajeros sobre un total de 1.600, avalando por
lo tanto la versión de que solo 80 perdieron la vida. Pero un día
después, el viernes 28, hubo que corregir el dato: “El número de
pasajeros fallecidos en el sensible naufragio del paquete italiano
Principessa Mafalda asciende a 324 viajeros. El capitán del buque,
comandante Gulli, figura entre los desaparecidos”.
Pero la tragedia recién erizó la piel
de los entrerrianos el sábado 29, cuando se volcaron sobre la
primera página de La Mañana
atraídos por un artículo que un emocionado redactor tituló:
“¡Héroes!”.
“Buenos
Aires, 28— A medida que continúan llegando las noticias sobre las
escenas que se desarrollaron en el sensible naufragio del paquete
'Principessa Mafalda' el público se va enterando también del papel
que han jugado algunos héroes. Entre éstos debemos citar a uno de
los nuestros, un entrerriano lindo, de la ciudad de La Paz, de nombre
Anacleto Bernardi, conscripto de la fragata 'Sarmiento', que venía
en el buque náufrago, de baja por enfermedad, y que ante la realidad
de la catásfrofe sintió correr por sus venas la herencia ancestral,
y se lanzó como bueno, como cuadra a un marino argentino, al
salvataje”.
“En
esta tarea titánica, de héroes: salvar náufragos, estuvo
consagrado hasta el último momento, en que desapareció bajo las
aguas, arrastrado por un tiburón”.
“El
gesto del marino Bernardi honra a todos los argentinos”.
Del
Paraná al Mediterráneo
Anacleto
Bernardi nació en el pueblo de San Gustavo, en el Departamento La
Paz, el 13 de junio de 1906. Aquella muerte, cuando tenía 21 años,
lo convirtió en leyenda. Hoy su apellido, precedido por el humilde
grado militar de “conscripto”, es el nombre de calles de varias
ciudades del país, de escuelas, bibliotecas y de un pueblo
entrerriano famoso por sus peleas políticas. En su homenaje, el 25
de octubre es el Día del Conscripto Naval y, en 1976, la dictadura
militar inauguró un busto en su honor en la base naval de Puerto
Belgrano.
Hasta
allí, hasta Puerto Belgrano, llegó Anacleto el 8 de enero de 1927.
Recorrió 1.200 kilómetros desde San Gustavo hasta la sede naval,
cercana a Bahía Blanca, para incorporarse al servicio militar en la
Marina. Cuentan que enseguida se destacó por ser un excelente
nadador, cualidad que había conseguido casi por costumbre en las
aguas del río Paraná. Cuentan también que en su desempeño en la
conscripción fue tan bueno que mereció el premio que tanto
esperaba: una vuelta al mundo como uno de los 40 cadetes de la
fragata Sarmiento, el buque escuela argentino que durante 150 años
recorrió los puertos del país y del planeta.
Se
embarcó en la Sarmiento expectante por recorrer sus 85 metros y
medio de eslora y los 13, 32 de manga; hacer funcionar las 21 velas
de 24.000 pies cuadrados de superficie, más 12 velas suplementarias
de 6.000 pies cuadrados más, sostenidas por tres palos desde una
altura máxima de 54 metros. Y ávido por recorrer las costas del
Mediterráneo; España, Francia Grecia y la tierra de sus padres,
Italia, desde donde habían partido a principios de siglo para
recalar en las cuchillas entrerrianas.
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El
barco navegó a una velocidad máxima de 13 nudos, o lo que es lo
mismo, a una milla náutica por hora, o 1.852 metros por hora. El
viaje se le hizo largo al joven Bernardi. Mucho frío, mucho viento y
mucho océano. También muchas bacterias conviviendo con la
tripulación el alta mar. Una tos molesta que apareció al principio
ya se le había convertido en un fuerte dolor en el pecho que no le
dejaba respirar, cuando todavía no habían arribado a Italia. A
bordo le diagnosticaron pulmonía,m le recomendaron descanso y, en lo
posible, volverse a casa.
Al
llegar al puerto de Génova, el capitán de la fragata encontró la
oportunidad de desprenderse del enfermo: el Principessa Mafalda
estaba a punto de partir rumbo a Buenos Aires. Enseguida lo cambiaron
de buque, con el cabo artillero Juan Santoro designado para cuidarlo,
y le prometieron que llegaría rápido a destino, porque el buque de
lujo italiano podía navegar a 18 nudos y estar anclando en el Río
de la Plata en dolo dos semanas. Zarparon el 11 de octubre de 1927.
El entrerriano había oído hablar de lo que era la nave de su
tiempo. Hacía recordar al Titanic y el destino le había preparado
el mismo trágico final. Construida en 1908 y botada en Nápoles en
abril delm año siguiente, homenajeaba con su nombre a la princesa
italiana Mafalda de Saboya, hija del rey Víctor Manuel III y de la
reina Elena. Pertenecía a la Navegazione Generale Italiana Societá
Riunite Florio & Rubatino y en octubre de 1927 cumplía su
nonagésima travesía entre Génova, Barcelona, Río de Janeiro,
Santos, Montevideo y Buenos Aires. Un año antes, Carlos Gardel había
sido uno de sus ilustres pasajeros en un viaje a España. Pesaba
9.210 toneladas y medía 485 pies de eslora y 55 de manga.
Mar
adentro
El
comandante Simón Gulli se opuso a partir de Génova aquel martes 11,
porque conocía que las máquinas ya no respondían como debían.
Pero la nave zarpó de todos modos. Hizo escala en Barcelona, en
Dakkar (Senegal) y en las islas Canarias. La niña Doly Negrete, de
dos años de edad, hija de un médico cirujano argentino, fue elegida
“reginetta della nave”. A los pocos días de navegación comenzó
a correr el rumor de que lago andaba mal. El domingo el barco se
detuvo en alta mar, sin que nadie pudiera explicar las causas. El
miércoles se paró de nuevo y comenzó a andar con una sola hélice.
Los
problemas siguieron hasta que el martes 25, mientras la orquesta
tocaba en uno de los salones de fumar, se oyeron cuatro estruendos,
seguidos de otro aún más fuerte, y el Mafalda vibró. Sonó el
clarín de alerta. “¡Pónganse los salvavidas! ¡A los botes! ¡Hay
peligro de naufragio!”, gritó alguien. La causa del accidente: se
desprendió la única hélice en funcionamiento y abrió una profunda
grieta. En instantes, el agua comenzó a esparcirse por todos lados.
Habían pasado pocos minutos de las 17.
A
través del tiempo perduró este diálogo:
—El
barco se hunde, Anacleto. Yo diría que vayas buscando un bote —dijo
Santoro.
—Y
usted, ¿qué piensa hacer? —preguntó Bernardi, tosiendo.
—Yo
voy a ponerme a las órdenes del capitán para colaborar con el
salvataje.
El
entrerriano miró a su superior. Carraspeó.
—Yo
tampoco me embarco.
En
medio de la oscuridad y el pánico que reinaban en el interior del
buque, los dos recorrieron los camarotes vela en mano y llevaron a la
gente, desconcertada, a cubierta. Los botes salvavidas se llenaban de
mujeres y niños. Muchos se arrojaban al agua, desesperados, y
desaparecían. Otros elegían dispararse un balazo en la frente. La
leyenda dice que Santoro y Bernardi salvaron a numerosas familias
llevándolas, a nado, hasta la costa del sur de Brasil. Pero
difícilmente eso haya sucedido así, porque el barco se hundió a 85
millas de la orilla, es decir, a 157 kilómetros. Otra versión, más
verosímil, dice que ambos se arrojaron al mar recién cuando ya no
quedaban pasajeros a bordo, porque habían decidido ser los últimos
en ponerse a salvo.
Del
salvamento participaron varios buques que navegaban cerca, que fueron
avisados por los desesperados radiotelegrafistas italianos Luigi
Reschia y Francesco Boldracchi: “¡Del Principessa Mafalda a todos:
SOS...! “¡Del Principessa Mafalda a todos: SOS...! Estamos en
peligro. Nuestra posición es 16° Lat S y 37° Long O. Vengan
enseguida. Necesitamos asistencia”. El holandés Alhenam, desde el
cual habían visto al Principessa Mafalda pasar a una milla de
distancia, zigzagueante y escorado, respondió: “Llegaremos dentro
de 20 minutos”. Desde el inglés Empire Star: “Estamos cerca, a
la vista, y vamos hacia ustedes. ¿Qué peligro corren?”. Desde el
francés Formose: “Vamos hacia ustedes. Llegaremos a las 22.30”.
A las
20, los italianos dejaron de transmitir. El Formose pidió
información al Empire Star y recibió como respuesta: “¡Estamos
salvando sobrevivientes!”. A las 20.38 el argentino Mosela receptó
uno de los mensajes de emergencia. Poco después, todavía lejos del
lugar del hundimiento, ya estaba rescatando náufragos.
A las
21.50 el Principessa Mafalda volvió a transmitir: “Lancen fuegos
artificiales y preparen todos sus botes de salvamento. Hay mucha
gente a bordo”. A las 22.45: “Encenderemos los tres últimos
fuegos que tenemos. Manden todos los botes”. A las 22.56: “Es
urgente. Vengan rápido. La nave se da vuelta. Ayudádnos y venid los
tres aquí. A las 23.20 llegó el último mensaje: “Diga a sus
embarcaciones que vengan a nuestro babor. A estribor es imposible”.
A las 00.09 el Formose informó: “Avisamos a todos que el
Principessa Mafalda acaba de hundirse y que varias naves están en
estos momentos recogiendo náufragos”.
Cuentan
que el capitán Simón Gulli se negó a ser salvado por las otras
embarcaciones, de acuerdo a la tradición marina. En el momento del
hundimiento, apareció en la proa vestido con su uniforme blanco y
rechazó cortesmente a quien le gritó por un megáfono: “¡Arrójese
al mar! ¡Lo salvaremos!”. Hizo sonar su silbato, saludó con la
gorra y desapareció.
La
muerte del paceño
Según
la leyenda, Anacleto Bernardi entregó su cinturón de corcho a
Giovanni Fasanno, un anciano que vacilaba en la cubierta del Mafalda,
que no sabía nadar. Luego volvió a toser y se arrojó al mar junto
con Juan Santoro. Permanecieron media hora aferrados a una escala de
desembarco. Después empezaron a nadar hacia el Mosela, que estaba a
un kilómetro de distancia.
Santoro
relataría luego en su diario: “Nadábamos afanosamente. Bernardi
iba a mi derecha, un poco retrasado. Llevaríamos ya unos 100 metros
de travesía cuando los gritos escalofriantes, los gritos de un ser
que se siente mordido y arrastrado hacia el fondo, dominaron un
momento el rumor de las olas que se repitieron varias veces, cada vez
más extraños y cada vez más patéticos. ¡Tiburones! ¡Son
tiburones! No tuve tiempo de recapacitar. Sentí algo que me
arrastraba también a mí hacia el fondo del abismo. Empecé a
tragar agua y creo que perdí la noción de las cosas. Tuve la
sensación de apretar una masa viscosa que se escapaba de mis brazos,
cada vez más inertes. Después, aquello que me llevaba hasta el
fondo, desapareció. Mis brazos volvieron a ser livianos. Ascendí
cuatro, cinco metros. En la superficie aspiré una bocanada de aire
que me dolió en los pulmones. Grité: ¡Bernardi! ¡Bernardi! Nadie
me respondió. Estaba solo entre tinieblas. Bernardi había sido
devorado por un tiburón”.

Una
semana después, un enviado del diario La Nación
entrevistó al sobreviviente en
Montevideo: “Un día antes se dijo a proa y a popa que el buque
hacía agua. Pocos momentos después se hizo un simulacro de
salvamento. Y llegó el naufragio. Cuatro golpes formidables, un
mazazo gigantesco en que parecía que habían tomado parte todos los
elementos. Se quebró el árbol de una de las hélices y ésta se
vino hacia atrás, en tanto que el trípode giraba hacia la derecha,
abriendo un rumbo en la popa. (…) Mi primer pensamiento en ese
momento fue salvarme. Pero me acordé que era un marino argentino y
me presenté al comandante poniéndome a sus órdenes. Me puse a
salvar a las mujeres y a los niños. A la hora y media se hundió el
buque. Alternativamente, nadaba y me aferré a la borda de una
lancha, hasta llegar al Mosela. Pedía una lancha para ir en busca de
Bernardi, a quien había visto hacer prodigios de valor a bordo y
luego en el agua. Se accedió a mi pedido y lo busqué, pero
inútilmente”. El domingo 23 de octubre de 1977, dos días antes
del cincuentenario del naufragio, Santoro falleció en Buenos Aires.
Aunque
nunca se conocieron las cifras exactas, se calcula que en el
naufragio murieron 324 personas (32 tripulantes y 292 pasajeros), de
un total de 1.255 que iban a bordo (968 pasajeros y 287 tripulantes).
De los viajeros fallecidos, más de 200 eran de tercera clase.
Después
El
apellido Bernardi, acompañado de su humilde grado militar, se hizo
inmediatamente famoso en Argentina. En noviembre de 1927, el diario
La Mañana de Paraná
publicaba entre sus noticias principales la marcha de la campaña
“Pro colecta Anacleto Bernardi”, destinada a ayudar a la familia
del “héroe del Principessa Mafalda”. Adherían los comercios
locales, instituciones, vecinos de la alta sociedad y reparticiones
del gobierno provincial.
El
miércoles 23 de noviembre, La Mañana reprodujo
íntegramente el artículo “La casa para la familia Bernardi”, de
La Razón de Buenos
Aires:
“Ha
regresado esta mañana de La paz, el señor Francisco Peña
Barrientos, inspector de agencias de 'La Razón', quien fué (SIC)
comisionado para elegir en aquella ciudad el terreno sobre el cual se
construirá la casa para la familia del Conscripto Bernardi”.
“El
representante de 'La Razón', a su llegada a La Paz, se vio rodeado
por las autoridades, gerentes de bancos locales, miembros del
comercio y gente corresponsal del diario, todos los cuales se
ofrecieron espontáneamente para asesorarlo en el cumplimiento de la
misión que lo llevaba”.
“Después
de conversar con el señor Bernardi, y de oír cuáles eran sus
deseos, el señor Peña visitó los terrenos y reunió la información
necesaria para decidir la compra”.
“Hoy
mismo, todos los antecedentes han sido pasados al ingeniero Eduardo
L. Edo, para que estudie la mejor orientación y proyecte los planos
de una casa de estilo colonial, cómoda y sencilla”.
“Dentro
de breves días publicaremos el anteproyecto correspondiente y, de
acuerdo con los pliegos de condiciones, contrataremos la
construcción, para la cual se nos ha ofrecido donaciones en especie,
a fin de que el saldo en efectivo sea lo mayor posible”.
Más
información:
. Diario
La Mañana, octubre-noviembre de 1927. Archivo General de la
Provincia
. www.principessamafalda.freeservers.com
. “La
Principessa che non fece ritorno”. Eno Santecchia. En
www.marcos.it/quaderni/plata
. www.histamar.com.ar
. “El
naufragio del Principessa Mafalda y el rescate del Alhena”. Carlos
Guillermo Blanco. En www.nuevamatoria.com
Este
artículo fue publicado originalmente en la revista Telaraña –
Hilos de lo cotidiano. Año 1, N° 9, marzo de 2007.